sábado, 5 de diciembre de 2009

Susana y los arranques nostálgicos de su mochila susceptible

Era una de esas tantas tardes rojizas en el barrio. Los columpios eran la sensación del día como de costumbre, las cogidas continuaban con las mismas madrinas de hace algunos años y a la salida de la escuela un balón de fútbol atraía como imán a una avalancha de niños mientras Susana caminaba a casa, hasta que algo muy misterioso sucedió.
-¡Susana! ¡Hey, Susana! –se escucho un voz ronca y pesada.
- Si, aquí atrás. Soy yo, tu mochila. El pedazo de lona abultada y remachada con la que tienes que cargar todos los días.

Susana presentía que la voz difusa y siniestra quería entablarle una conversación o quizás un pequeño monólogo, pero pensó que se trataba de los estragos de un día aburrido y que su imaginación simplemente quería extraditarse de la monótona jornada de clase; sin embargo la voz seguía increpándola.
-Susana, no me ignores porque el hecho de que todos los días abras y cierres mi boca a tu antojo no me quita la facultad de poder desalinear mi gran dentadura y decirte un par de cosas.
La voz, que a decir verdad, sí provenía de su mochila cada vez se hacía más firme y audible para la pequeña Susana. Esto la comenzó a inquietar, pero nunca perdió la calma y siguió caminando a casa mientras aquella maleta rosa pastel seguía mencionándole cosas.
-¿Sabes algo? –dijo la mochila con un tono más apacible, pero evidenciando malicia-. Nos conocemos desde hace mucho y hemos sido compañeras de trayectorias por algunos trimestres; sin embargo hoy estás sintiendo algo que antes no habías experimentado, y sí, estoy más pesada que nunca y tú lo sientes. Sientes como si yo estuviera hecha de cemento, como si tus amigos me hubiesen rellenado con la tierra y piedras de la canchita de fútbol, como si absolutamente todos los deberes de matemáticas que envía la señorita Rodríguez estuvieran archivados aquí, o tal vez como si dentro llevara sentado a Ronny, el niño gordo del paralelo C. De cualquier manera, no creo que tus piernecillas soporten más tanto peso. Mejor siéntate, o terminaras con la escoliosis más severa del barrio, ganándole así a Don Jonás, el lechero jorobado y mal humorado.
Extraordinariamente Susana empezó a padecer al pie de la letra todo lo que la malvada ánfora de libros le iba narrando, más aún imaginar su figura contorsionada y con una prominente tutuma parecida a la del lechero del barrio hizo que, jadeante y sudorosa, optara por detenerse y sentarse en la vereda para quitarse de encima el bulto que cruelmente la acosaba.
-Ya era hora –dijo la pesada masa rosa repleta de textos-. No sabes lo feo que es sentir que te dan la espalda mientras quieres exponer cosas muy importantes.
-¡¿Qué es lo que quieres y por qué estás haciendo esto?! –replicó Susana triste, pero severa.
-Tú sabes perfectamente lo que quiero –replicó la vieja mochila con tono melancólico-. Yo quiero seguir siendo tu cálida amiga que abrazas en las mañanas de autobús; tu gran saquillo de letras y números donde no hay libro, por más baldor algebraico y pesado que sea, que no quepa aquí; quiero seguir siendo la cómplice de buenas calificaciones que escondes dentro para sorprender a tu mamá; quiero que Sally, tu muñeca, siga viajando segura a la playa dentro mí, evitando así la cruel y salvaje extorsión que sufriría en el hocico de Lucas, el french de la abuela; en fin, lo único que quiero es que no me olvides Susana, es sólo eso.
Susana levantó ligeramente la cabeza para contemplar a la emocional mochila y con sus ojos casi derretidos debido a la nostalgia que le causó el discurso de su fiel compañera de espalda, aún no encontraba las palabras precisas para continuar con la conversación más extraña, pero sin duda la más sentimental que tendría en su vida.
-Aún no entiendo –expreso Susana-. ¿Qué te hace pensar que voy a olvidarte?
-No me fabricaron ayer, Susana –rápidamente contestó la petaca tomando impulso para seguir enunciando-. Seamos realistas, ya faltan 3 semanas para que termines la primaria, salgas de vacaciones, luego entraras al colegio y te olvidarás de mí. Sí, te olvidarás de esta sucia, vieja, parchada e infantil mochila que no podrá ser parte de tu vida nunca más. Yo lo sé, yo sé que me vas a reemplazar y que terminaré en el mismo baúl donde ahora están las pijamas y blusas que usaste hasta que cumpliste los doce. Sé también que de a poco me has ido desvalorizando sólo porque el compartimiento dónde guardas tus plumas y pinceles te ha causado inconvenientes al abrirlo. Pero lo que me resulta más doloroso es escucharte suplicar para que en navidad puedan regalarte una de esas modernas: las que tienen bolsillos más amplios y novedosos para llevar cualquier tipo de aditamento y accesorios de tecnología. Por eso siento que me desfondo lenta y súbitamente.
Susana agachó la mirada y no tuvo más remedio que pedirle perdón a su entrañable compañera de viajes y que ahora entendía cuan especial llega a ser la primera mochila escolar para un niño o niña. Ella no lo sabía, pero sin quererlo estaba desvaneciendo lindos recuerdos y memorables anécdotas junto a su fiel amiga debido a los cambios que acarrea la pubertad; sin embargo la mochila, sumergida en un delirio sentimental, optó por una decisión muy dura.
-Susana –dijo el perturbado saco de cuadernos-. Ya no puedo caminar más contigo. Es aquí donde te quito mi peso de encima y te digo adiós.
-¡No, por favor no digas eso! –dijo Susana rompiendo en un mar de lágrimas.
- Es lo mejor para las dos –le contestó su mochila-. Yo no quiero sufrir esperando que llegue el día en que me dejes en la percha, porque aunque me digas que nunca lo harás las dos sabemos que ya no eres una niña, que seguirás creciendo y yo seré un simple equipaje escolar diseñada únicamente para la personita que ya dejaste de ser. Es mejor para mí hacerme a un lado desde ya y recordándote como la pequeña que me llenó no sólo de libros, sino de cariño. En verdad quiero recordarte así y no verte crecer porque mientras más creces más burda y ridícula seré para ti. Adiós Susana, es tiempo de que sigas creciendo sin mí.
Susana metió su mano por última vez dentro del fondón rosa, extrajo sus libros, cuadernos, plumas y pinceles, y se marchó llorando a su casa. A partir de aquel día se dice que ella nunca más utilizó mochila, todo lo anotaba en una gran carpeta repleta de hojas, al parecer era su manera de rendirle tributo a la que guardó sus espaldas toda su infancia.

2009

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